"La vida me enseñó que a veces no es posible seguir agarrado a las cosas hasta que duelan las manos, hay que saber soltar a tiempo, antes que el dolor sea caro para las manos y las cosas." Sammy Szusterman (1951-) argentino, arquitecto y amigo

martes, 23 de diciembre de 2008

las trampas de la memoria

Los pueblos que olvidan su historia, están condenados a repetirla.
George Santayana (filósofo hispano-americano, 1863-1952)

Gracias a que la manipulación de la memoria histórica está en boga, tanto en nuestro país como en la madre patria, debo reconocer que esta remanida, gastada y abusiva frase me produce un profundo rechazo y una indisimulable aversión.

Paradigmática bandera de aquellos que usan y abusan del pasado, frase preferida de la corrección política por antonomasia (PPC) está, sin embargo, cargada de falsedad, malicia y engaño. Podemos también encuadrarla dentro de una concepción "moralmente" correcta.

Según el critico literario, filósofo e historiador búlgaro Tzvetan Todorov, el pensamiento moralmente correcto involucra todo aquello que las buenas conciencias determinan como valorable, creando una especie de hipócrita división entre justos y pecadores, entre "pseudo-progresistas" y "símil-reaccionarios".

"Como reconocer a un moralizador? Designo con esta palabra a quien se enorgullece de identificar públicamente las manifestaciones del bien y del mal. Ser moralizador no significa en absoluto, ser moral. El individuo moral somete su propia vida a los criterios del bien y del mal, nociones situadas más allá de sus satisfacciones o sus placeres. El moralizador, en cambio, quiere someter a esos mismos criterios la vida de quienes le rodean, y obtiene beneficios de ello: el de encontrarse del lado bueno de la barrera. (...) Lo que define al moralizador no es el contenido de sus convicciones, sino la estrategia de su acción. (...) Convoca a la memoria, y especial a la memoria del mal, para aleccionar mejor a sus contemporáneos". 1

Si somos "un pueblo que no olvida el pasado "estamos condenados al éxito", si no lo recordamos de acuerdo a los cánones hegemónicos del presente seremos arrojados al leprosario de los reaccionarios, los indiferentes, los inmorales.

Es correcto pensar que la obligatoriedad del recuerdo histórico nos hace inmune a la repetición de las tragedias del pasado?
Cual es la condena a pagar por el olvido?

Vayamos por parte.

La memoria como fenómeno individual
Empecemos por desentrañar el fenómeno personalísimo de la memoria. Justo es plantearlo crudamente: Los humanos somos más propensos al olvido que a la memoria.
No es un capricho indigno ni un planteamiento amoral, es una condición indispensable para transitar nuestro tiempo con dignidad, alegría y coraje.


Einstein decía que "la única razón para que el tiempo exista es para que no ocurra todo a la vez". Al reconocer que el tiempo es un poderoso remedio contra los dolores del alma, estamos aceptando la magia curativa del olvido.


Existen dolores intensos e insoportables, ocultos en los pliegues de nuestra vida, que gracias a alguna metodología terapéutica o religiosa, merecen volver al olvido una vez cargados de sentido, liberados ya del traumático encierro.

Pensemos que ambos sentidos, tanto el de olvidar como el de recordar, no están trazados en la misma dirección, no forman parte de ninguna autovía de doble mano, ni están gobernados por alguna directriz volitiva. La voluntad es un comando estéril para dominar las pulsiones del olvido o del recuerdo.

La memoria viene adjuntada con el poderoso don de la selectividad y la imprevisibilidad. No somos nosotros quienes recordamos, es nuestra memoria quien nos recuerda.

Afortunadamente, el olvido resulta ser una indispensable panacea para soportar los múltiples presentes y los cautivantes e inciertos futuros que nos acechan. Como contrapartida el regreso inesperado de lo recordado puede transformarse tanto en un potente retardo de nuestro crecimiento como en una piadosa oportunidad para resignificar nuestra existencia.

Cual es la parte más positiva de la memoria personal?
Pues aquella que no podemos controlar, la que nos sorprende y nos invita a reflexionar y emocionarnos, la que nos ayuda a fortalecer nuestro porvenir, la memoria que nos recuerda que debemos poblar de sentidos nuestras vidas, sin abandonarnos melancólicamente sobre la falsa añoranza por tiempos pasados que distorsionen amargamente el presente.

El meollo no se encuentra en el sustantivo ni en el verbo, sino en los adverbios.
No vivir de, ni para los recuerdos, sino con los recuerdos, siempre que ellos quieran acompañarnos. Imposición y memoria no son compatibles.

La memoria como fenómeno colectivo
Empecemos por comprender que la memoria colectiva como tal, no tiene una entidad precisa, unívoca ni definitiva. Obviamente que existen grandes o pequeños acontecimientos históricos que involucran a cientos, miles o millones de personas. Personas que pueden tener componentes comunes de pertenencia social, política, religiosa o nacional.

Pero eso no construye taxativamente "una" sola memoria colectiva, ya que dependiendo del lugar y el tiempo de cada uno, esa rica combinación de lo vivido individual y colectivamente determina "muchas" memorias históricas, en planos múltiples y diferenciados que nos acercan al relato común y nos invitan al análisis de los hechos, sus circunstancias y sus lecciones.

La historia es una ciencia que intenta develar el pasado, pero no está inmóvil, ni ha sido ya predeterminada y fijada. Avanza lentamente gracias al aporte de nuevos documentos, algunos descubiertos, otros desclasificados, otros tantos aportados por nuevos y valientes testimonios. No actúa mágicamente para comprender el presente, ni siquiera permite predecir el futuro. Está llena de signos e interrogantes que nos invitan a la reflexión constante.

Todorov, señala que "...el pasado histórico, al igual que el orden de la naturaleza, no tiene sentido en sí mismo, no secreta por sí solo valor alguno; sentido y valor proceden de los seres humanos que los examinan y los juzgan. El mismo hecho, como hemos visto, puede recibir interpretaciones opuestas y servir de justificación a políticas que se combaten mutuamente". 2

La historia es siempre versional, subjetiva y va transformándose junto con las circunstancias y mandatos del presente.
Acercarse a la historia implica una voluntad de comprensión y conocimiento, pero no puede imponerse arbitrariamente, con un único sentido. Si la visión sesgada y tendenciosa del pasado es impuesta por el poder, es un deber ciudadano resistir y cuestionar, ampliando la visión comprehensiva de los hechos por sobre la tendenciosa y limitada definición del manipulador.

La memoria como herramienta
Puede el pasado repetirse banal e iterativamente como cruel castigo a nuestra ignorancia histórica?
Que es lo que debemos recordar para evitar el maleficio?

Sabiamente Todorov, nos remite a los tres actores necesarios para reconstruir las huellas del pasado: los testigos, los historiadores y los conmemoradores, poniendo el acento en la peligrosidad del tercero. En esta última categoría entran la escuela, los medios de (in) comunicación, los discursos políticos y parlamentarios, el poder.

"La conmemoración se alimenta, claro está, de elementos aportados por los testigos y los historiadores, pero no se somete a las pruebas de verdad que se imponen a unos y otros. (...) Por eso, mientras que testigos e historiadores pueden complementarse fácilmente unos a otros, hay entre el historiador y el conmemorador una diferencia tanto de objetivos como de métodos, que hace que sus andaduras sean difícilmente compatibles. Esta oposición merece ser subrayada, tanto más cuanto el conmemorador quisiera aprovechar la impersonalidad de su discurso (en efecto, no habla de sí mismo) para darle una apariencia de objetividad, de verdad. Pero no es en absoluto así. La historia complica nuestro conocimiento del pasado: la conmemoración lo simplifica, puesto que su objetivo más frecuente es procurarnos ídolos para venerar y enemigos para aborrecer. La primera es sacrílega, la segunda, sacralizante. 3

Y esto nos da pie para pensar que la historia no debe ser ni banalizada ni sacralizada. 4

El riesgo de banalizarla es asimilarla acríticamente al presente, borrando texturas y diferencias, debilitando el impacto del presente y sus inherentes causalidades, sugiriendo que lo pasado puede repetirse mágicamente. A su vez al sacralizar una circunstancia excepcional de la historia, la alejamos radicalmente de la actualidad, aislándola cual acontecimiento único e irrepetible, desalentando las lecciones que la trascienden y valorizan.

Construir sentidos desde la historia es un derecho de ciudadanía, no un deber impuesto por alguna esterilizante frase, como la que intencionadamente utilice en el acápite de este texto.

Los riesgos de repetir las tragedias del pasado (guerras mundiales, matanzas colectivas, terrorismos de estado, genocidios ) no se reducen por el mero recuerdo o la cíclica conmemoración. El genocidio armenio de 1915 (Hitler lo recordaba muy bien antes de instigar el suyo) no evitó el Holodomor 5 de 1932-33, ni impidió el Holocausto, ni éste el de Ruanda en 1994.
No hay fórmula mágica que evite la reiteración de la crueldad sistematizada.

Extender las fronteras de la libertad y el compromiso, esclarecer los variados signos del pasado, construir sentido y desarrollar valores comunes son algunas de las pequeñas e inmensas tareas que nos comprometen si queremos edificar ciudadanía en lugar de pertenecer a la impersonal y cómoda categoría de "pueblo".

Siendo una categoría tan difusa y vaga, (merecerá algún análisis para otra oportunidad) definirlo como único gerenciador de la memoria histórica es, cuanto menos, una irreverencia. Ninguna obligatoria interpretación de la historia, basada en el sujeto "pueblo", por más bien intencionada que sea, construye herramientas aptas y útiles tanto para comprender lo actual como para anticipar el porvenir.

En Argentina, la imposición sesgada y abusiva de la doctrina de los derechos humanos, sólo como repudio parcializado de uno de los períodos más trágicos de nuestra historia, se ha transformado en un revulsivo, incluso para quienes hemos batallado contra la infamia y la barbarie de esos años, gracias a una grácil manipulación ejecutada junto a un banal bastardeo de valores, sentimientos y sentidos. Mal que les pese a los aún bienintencionados, la metralla sistemática y repetida de hechos y circunstancias, alienta en personas poco o levemente esclarecidas reacciones inversamente proporcionales a las buscadas.

Conclusiones finales
Terminemos con Todorov:
" El pasado podrá contribuir a la constitución de la identidad, individual o colectiva, como a la formación de nuestros valores, ideales, principios, siempre que aceptemos que éstos estén sometidos al examen de la razón y a la prueba del debate, en lugar de desear imponerlos sencillamente porque son los nuestros. Este vinculo con los valores es esencial; es, al mismo tiempo, limitado. El pasado puede alimentar nuestros principios de acción en el presente; no por ello nos ofrece el sentido de este presente. El racismo, la xenofobia, la exclusión que afectan, hoy, a los demás, no son idénticos a los de hace cincuenta, cien o doscientos años, no tienen las mismas formas ni las mismas víctimas. La sacralización del pasado le priva de cualquier eficacia en el presente; pero la asimilación pura y simple del presente al pasado nos ciega sobre ambos y provoca, a su vez, la injusticia. El camino entre sacralización y banalización del pasado, entre servir al propio interés y dar lección de moral a los demás puede parecer estrecho, y sin embargo existe." 6

Si descontamos que no hay una única y excluyente interpretación de los hechos del pasado, ni tampoco agente exclusivo de ese recuerdo, no hay condena anticipatoria alguna para reiterar idénticas e inexistentes circunstancias por venir.

Se recomienda el pasado en sabias dosis, que no intoxiquen ni contaminen el presente, para hacer más viable y esperanzador el futuro.



Lo recuerdo (yo no tengo derecho a pronunciar ese verbo sagrado, sólo un hombre en la tierra tuvo derecho y ese hombre ha muerto)...

Jorge Luis Borges (Funes el memorioso)


NOTAS AL PIE
1 Todorov, Tzvetan, Memoria del mal, tentación del bien. Indagación sobre el siglo XX, Península HCS. 2002, pg.229.
Cualquier maliciosa semejanza con la oscura realidad política argentina, léase monarquía matrimonial reinante, es pura y tendenciosa casualidad.
2 Ibidem pg. 211
3 Ibidem pg. 159
4. "La tesis que quisiera desarrollar aquí es la siguiente: en sí misma, y sin ninguna otra restricción, la "memoria" no es buena ni mala. Los beneficios que se espera obtener de ella pueden ser neutralizados, desviados incluso. De que modo? En primer lugar, por la forma que adoptan nuestras reminiscencias, navegando constantemente entre dos escollos complementarios: la sacralización, aislamiento radical del recuerdo y la banalización, o asimilación abusiva del presente al pasado". Ibidem pgs. 194, 195.
5 Holodomor o Genocidio Ucraniano de 1932-1933, fue una masacre colectiva de agricultores ucranianos opuestos a los objetivos de la colectivización forzosa impuesta por Stalin. Los estudios históricos calculan una cantidad de entre 5 a 7 millones de personas muertas por inanición dentro de límites geográficos cerrados, siendo hambreados intencionadamente de acuerdo a directivas del Politburó.
6
Todorov, Tzvetan, Memoria del mal, tentación del bien. Indagación sobre el siglo XX, Península HCS. 2002, pg. 211.
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